Nota del editor: Esta no es una receta como las demás. Es una confesión culinaria. Un manifiesto entre fideos. Un homenaje a esos días en los que uno cocina sin caldo, sin lógica aparente… pero con ganas. Aquí empieza tu historia con el ramen seco.
El ramen que no quiso nadar
Hay platos que nacen del equilibrio, de la tradición, del respeto ancestral por la sopa. Platos que flotan en su historia, que se cuecen a fuego lento entre normas, cucharones y reverencias. Y luego está el ramen seco: el primo raro que se presentó en la fiesta sin caldo, con una chaqueta de cuero, olor a aceite de sésamo y una historia que nadie le pidió contar… pero igual la cuenta.
El ramen seco no flota. No burbujea. No necesita cuchara. Solo una actitud firme y un tenedor, o unos palillos con personalidad y cierto gusto por lo marginal. Es la versión más directa del ramen: sin disfraz, sin escenografía, sin ese líquido caliente que te invita a esconderte del mundo. Aquí no hay escondites: todo está en la superficie, brillando, pegándose un poco entre sí y diciéndote “sírveme así, sin excusas”.
Algunos lo llaman mazemen, otros abura soba. Pero en esta casa lo llamamos ramen seco, con cariño y con cierto respeto por su descaro. Porque a veces, lo que no nada, también se atreve a llegar lejos.

Ingredientes para 2 personas (o 1 con crisis existencial)
Estos son los ingredientes que necesitas para preparar un ramen seco con carácter. No hace falta un mercado japonés ni una abuela experta en fideos. Solo un poco de ganas, un paladar que no tema a la intensidad y una pizca de caos emocional. Si cocinas para dos, bien. Si cocinas para ti solo, también. El ramen seco no pregunta con quién comes. Solo quiere que comas.
- 200 g de fideos de ramen — los secos, no los emocionales. Mejor si son firmes, de trigo, y no se deshacen con una mala noticia.
- Agua y sal — para hervir los fideos. El agua simboliza lo que aquí no se queda. La sal, tus ganas de que todo tenga sabor.
- 2 cucharadas de salsa de soja — la base de todo. Oscura, intensa, como una ex pareja que nunca se fue del todo.
- 1 cucharada de aceite de sésamo tostado — ese aroma que le dice al plato: “soy serio, pero me sé divertir”.
- 1 cucharada de vinagre de arroz — o de manzana, si estás improvisando. Porque todo gran plato admite algún fallo elegante.
- 1/2 cucharadita de ajo picado — el que huele a sinceridad. Si no te hace dudar de tu vida social, ponle más.
- 1 cucharadita de azúcar moreno — para equilibrar el drama. Dulzura oculta, como los buenos traumas.
- 1 huevo cocido o marinado — opcional, pero cuidado: si decides no usarlo, que sea por convicción, no por miedo. El huevo juzga en silencio.
- Cebolleta picada, alga nori, sésamo tostado — y cualquier topping que te dé paz interior. Desde brotes hasta restos dignos de la nevera: aquí todo lo extraño encuentra su sitio.
Preparación paso a paso (más o menos)
Preparar ramen seco no es simplemente cocinar. Es asumir que no vas a flotar. Que no hay sopa que te salve, ni cucharón al que aferrarse. Es enfrentarte a un plato que va al grano —literalmente— y no necesita ocultarse bajo un caldo tibio. Aquí todo se ve. Aquí todo se mezcla. Aquí las cosas ocurren sin filtro, como en esas tardes de domingo donde no pasa nada, pero uno cambia igual.
No necesitas habilidades profesionales ni orígenes japoneses. Solo ganas, curiosidad y un bol lo bastante grande como para contener algo más que fideos: tus expectativas. ¿Vas a seguir las instrucciones al pie de la letra? Perfecto. ¿Vas a improvisar con lo que encuentres por casa? Aún mejor. El ramen seco lo acepta todo, siempre que venga con actitud.

Ahora sí. Respira hondo, limpia la encimera —o no— y ponte algo de música, o deja que el silencio te acompañe. Aquí empieza el viaje:
1. Cuece los fideos. Pon a hervir agua con sal como si fueras a bautizar tus errores. Cuando rompa a hervir, añade los fideos con respeto. No los mires fijamente: podrían sentirse observados y cocerse con ansiedad. Respeta el tiempo que indique el paquete, ni más ni menos. Si se ablandan demasiado, se transforman en algo que no querías cocinar. En ese caso, ya no es ramen seco: es un recuerdo húmedo y tibio de lo que pudo haber sido.
2. Mezcla la salsa. En un bol amplio (cuanto más grande, menos frustración), combina la salsa de soja, el aceite de sésamo tostado, el vinagre, el ajo y el azúcar. Remueve con la intensidad de quien busca una señal. No la encontrarás, pero al menos el olor te recordará que algo está ocurriendo. Si en este paso alguien entra a la cocina y pregunta “¿qué haces?”, puedes responder “estoy tomando el control de mi vida” y no estarás del todo mintiendo.
3. Escurre los fideos. Sácalos del agua sin enjuagar, que no olviden de dónde vienen. Viértelos directamente sobre la salsa y mezcla con decisión, sin piedad. No remuevas como si fuesen ensalada de picnic; remueve como quien no piensa volver a pedir perdón. Los fideos deben absorber la esencia, como tú absorbes las consecuencias de tus decisiones.
4. Añade los toppings. Este es el momento artístico. Cada topping tiene un papel: el huevo cocido observa, la cebolleta apunta, el nori da textura de papel secreto, y el sésamo recuerda que hay belleza en lo pequeño. Colócalos sin prisa. Como quien firma una carta de despedida sabiendo que nadie la leerá, pero igual la escribe bonito.
5. Sírvelo caliente. O no. A veces se sirve frío, cuando el mundo también lo está. Lo importante es no recalentarlo. El ramen seco se vive en presente. Si lo dejas para mañana, será solo una mezcla de cosas que una vez estuvieron vivas, como algunas conversaciones, como algunas promesas.
Errores comunes que no te perdonará tu estómago
El ramen seco es generoso, pero no indulgente. Acepta muchas cosas, pero castiga otras con firmeza. Hay errores que no se notan al principio, pero que tu estómago recordará durante horas. O días. Aquí va una lista de advertencias, escritas desde la experiencia… o desde el arrepentimiento.
- No uses tallarines ni espaguetis: esto es ramen seco, no una reunión de Erasmus en el piso de Luca. El fideo importa. Tiene carácter. Usar otra cosa es como presentarte a una entrevista en pijama. Puede que funcione, pero... no lo hagas.
- No sobrecargues la salsa: no es sopa concentrada ni una piscina de soja. Si el bol parece un charco después de lluvia ácida, algo va mal. El ramen seco vive del equilibrio: lo justo de humedad para que todo brille sin resbalar.
- No lo recalientes al día siguiente: el ramen seco no cree en las segundas oportunidades. Es un plato de una sola noche, como esas personas que brillan a las dos de la madrugada y al día siguiente no contestan mensajes. Si lo guardas, lo traicionas.
- No prepares esto mientras lloras. O sí. Pero asegúrate de que las lágrimas no sustituyan el vinagre. No es por sabor —que también—, sino porque el umami no se lleva bien con el desconsuelo crudo. Llora después, mientras lo comes. El plato entenderá.
lo que queda cuando el caldo se va
Dicen que todo buen ramen necesita un caldo. Que sin líquido no hay profundidad, que sin sopa no hay consuelo. Mentira. A veces solo necesitas unos fideos bien sazonados y el valor de enfrentarte al mundo sin escudo líquido, sin capa protectora, sin disfraz.
El ramen seco no oculta nada. No te da tregua. Está todo ahí: el sabor, la textura, la intensidad… y tú. Frente a un bol que no flota, que no se deja sorber, pero que te obliga a masticar cada bocado con presencia. Porque a veces lo más profundo no está en lo que envuelve, sino en lo que se sostiene solo.
Puede que al terminar no sientas nada. O que sientas todo. Puede que te parezca una receta sencilla o un plato con ecos existenciales. Ambas cosas son verdad. Y ninguna importa del todo. Lo importante es que, al menos por unos minutos, estuviste ahí, presente, comiendo algo que no flota pero sí sostiene.
Y si después de comerlo te queda un extraño silencio interior… quizá era justo lo que necesitabas.
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